Sale a la luz mi libro de estilo, cuando me cruzo con la cultura de la competencia en el minuto
0 de conocer a alguien.
Si bien es cierto, 'es lo que se lleva'. Pero yo, que siempre intento darle
un poco de ambiente a la ocasión, he de confesar que estoy en desacuerdo con
formar parte de este clan. Me molesta la competencia y los
competidores.
Sigo alucinando pepinillos cuando aparece delante de mí esa dichosa
actitud. Ese modo de actuación que reúne miles de adjetivos y que no deja el
mínimo espacio a la autenticidad. Vivimos además, aceptando la aliada
perfecta a esa cultura tan negra, la envidia. Me molesta la envidia y los envidiosos. Con ella, y con el miedo a
quedarnos pequeños, pequeños, frente a los demás, olvidamos disfrutar de los momentos más especiales, para tachar personas, actitudes o experiencias de otros. Como
veis, escasean los términos bonitos.
El mundo es una explosión en sí, y por consiguiente, todo lo que habita en
él, también. Pero, ¿qué pasaría si nos preocupáramos más en analizar nuestras
actuaciones, o en no mirar tanto a los demás? Quizá conseguiríamos regalar más sonrisas y menos fruncidos de
ceja.
Si se es más sensible frente a estas actitudes, existen dos opciones,
o tres, o muchas (depende): crearse una burbuja propia; vivir enfrentados,
siempre; ser un poco más humanos e intentar actuar desde el respeto, o
repetirnos: “Si hay que jugar, yo voto por la competición amistosa”.
Todos tenemos nuestro lado más amable, más tierno, más nuestro, así que, el
secreto está en mostrarlo, ofrecerlo sin miedo. No en sacar la parte más oscura de nuestro
cuerpecito. Y recordad, si alguna vez os topáis con actitudes semejantes y os cuesta huir de ellas...
¡tirad del chocolate! ¡Nunca os fallará!
Desde el más sincero “champi”, ¡yo, no compito! Buenas noches, y buena
suerte.
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